El final de la vida de una persona requiere unos cuidados acordes con la complejidad de ese proceso único e irrepetible. Los cuidadores informales (familiares, amigos o personas con vínculos afectivos), formales (aquellos que reciben una remuneración por su trabajo) o profesionales de la salud (principalmente, equipos especializados en cuidados paliativos) conforman una red básica para reducir el sufrimiento y garantizar el soporte adecuado a la persona enferma durante el trance de morir.

Sin embargo, brindar esa asistencia no resulta algo inocuo y puede tener “efectos secundarios” en todos los que participan.

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