Muchas personas marcan un límite simbólico: “La vejez, auténtica, a los 85… si es que se llega”. Pero mi sensación es que esto lo plantean personas que ven esa edad muy lejana (esa persona tenía entonces 70 años). Antes de eso, lo que hay es “menos juventud”, pero no una identidad claramente reconocida como “persona mayor”. Falta tal vez una categoría intermedia que no nos suscite tanto rechazo, que no sea ni infantilizadora ni terminal. Tal vez porque la vejez, como experiencia subjetiva e intimísima, rara vez se vive de forma lineal y, sin duda, no es igual para todos.