Ante un peligro, nuestro sistema nervioso autonómico activa la producción de glucocorticoides (cortisol) y catecolaminas (adrenalina y noradrenalina), las hormonas del estrés. Esto nos permite alimentar el cerebro y los músculos de manera prioritaria y así dedicar el máximo de nuestra energía a luchar o huir. Otras funciones fisiológicas, como la respuesta a las infecciones y la reparación o eliminación de células anormales, pasan a un segundo plano durante el tiempo de la amenaza.
El estrés prolongado podría contribuir de manera directa a la aparición y la progresión del cáncer